FOTOBLOGARIO 0014
El sol, tibio aún, acarició su cabello como si la mano de una antigua amante se tratara.
Había cumplido los sesenta no hacía ni una semana y, si debía reconocerlo, no le había sentado nada bien cruzar esa frontera; esa que, ahora lo sabía con absoluta certeza, habría de ser su última frontera.
Respiró, entre el griterío lacerante de las gaviotas y los vuelos cortos de una garceta, el aroma que hasta él traían en su cresta las olas; un aroma que, dentro de muy poco, inundaría sus pulmones.
Atrás quedaba la muerte, a manos de aquel conductor borracho y en mala hora nacido, de su esposa y de sus dos hijos, la difícil y nunca completa rehabilitación, la hipoteca de la que había transformado en su miserable casucha, el trabajo de mierda que había ahogado sus últimos veinte años entre papeles, pólizas, avales y protestos bancarios.
Respiró el frescor del aire hondo, muy hondo, una vez más, hasta casi dolerle en lo más profundo y, con paso resuelto sin dejar siquiera una nota, se adentró entre las olas.
¡Joder! -pensó para sus adentros- qué fría estaba aún el agua en primavera.
En la próxima ocasión, decidió, se suicidaría en verano.
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